Imaginate que estás en un mercadillo madrileño en el barrio de Lavapiés. Es temprano para los lugareños pero para vos es mediodía y estás necesitando poner algo en el estómago. El mercado está despertando con pereza (como todo en esa ciudad) y el único local que parece estar abierto es portugués. No cuestionás el destino y te sentás en la barra observando de cerca las tres o cuatro cervezas artesanales que tienen para beber.

Apenas ocupás el taburete sentís una voz, que cual juguete a cuerda, va a seguir funcionando mucho después de haberte aburrido. El dueño del local es un portugués que no para de hablar y que en un portuñol difícil de descifrar (incluso si le prestaras la atención que él requiere) te cuenta de su vida, sus viajes, su estadía en Uruguay y su ida al supermercado la noche anterior.